Normalmente, cuando alguien me ha pedido que le dé clases particulares (a ellos mismos o a sus hijos e hijas) he hecho una primera sesión a modo de entrevista; en el caso de los menores, me entrevisto tanto con los padres como con el alumno o alumna a parte dado que los intereses no suelen coincidir tanto como se podría esperar y me parece crucial tenerlo en cuenta. En la plataforma eso sería más complicado pues imagino que, de por sí y por precaución con la situación actual, habrá una mayor demanda de clases online que presenciales. La alternativa al método clásico de entrevistarse es ponerse en contacto antes de la primera sesión mediante una llamada, eso no es lo complicado -además, voy a suponer que el alumno no es un adulto que pide la clase por voluntad propia porque ese caso difícilmente va a ser complicado-.

 

     Pese a que entiendo y comprendo que la situación actual incita al modo online, debo poner de manifiesto que es el modo presencial del que se saca más provecho (sobre todo cuando la intención es ''que el niño / la niña apruebe''). La interacción con el alumno da mucha información sobre cuánto está entendiendo lo que se explica, cuánto le cuesta ponerlo en práctica, qué ideas se le ocurren antes de dar con la opción correcta y un largo etcétera (muy largo, de verdad).

 

     Si bien lo anterior puede sonar desalentador (más en una plataforma online), hay un método de explotar el modo online a favor: la clase orgánica. La clase que no está estructurada, la clase que no pretende abarcar un temario ni aprobar un examen, el auténtico modo de afianzar una mejor base a corto plazo. Que sea el propio alumno quien pregunte cosas concretas que permitan divagar a otras, dudas que puedan resultar interesantes o desconcertantes, o simples detalles en los que uno no ha caído, cosas que a un alumno en clase no le dejan preguntar -independientemente de que la pregunta tenga todo el sentido del mundo o no- porque le resta tiempo al profesor y su temario. Es ésto lo que a alguien con interés le ayuda a mantener la llama viva (que no es exactamente lo que suelen buscar los padres, todo sea dicho).

 

     Pero, ¿y si no queda más remedio que dar una clase tradicional online? Bueno, haber sido tan fatalista no ayuda, pero claro que se puede. Lo peor que puede pasar es que o bien al profesor le lleve más tiempo preparar el mismo temario o que el profesor acabe desparticularizando el material y acabe haciendo uno más genérico; pero es que no tiene por qué pasar. La materia influye muchísimo como es obvio y yo me remito a las mías, las de ciencias: la clave está en encontrar un equilibrio entre lo cómodo y lo técnico, y cada uno encontrará un equilibrio mejor o peor dependiendo de sus costumbres y las de sus alumnos.

 

     Por ejemplo, si tu cámara es mala no pretendas enfocarle a nadie un folio por la cam acompañado de tu propio tembleque cafetero; en su lugar busca apps de escritura táctil si tienes una tablet o ve mandando fotos tomadas con el móvil. ¿Suena cutre o poco concreto? Quizá, pero desde luego va a ser mejor que la propuesta original. ¿Pierdes con eso mucho tiempo? Plantéate la opción de rebajar el precio un poco (y de paso arrimar el hombro con las familias, que también lo estarán pasando mal), dar más tiempo por el mismo precio o hacer menos cantidad de ejercicios en la clase y dejar más para que el alumno los desarrolle y te los mande. ¿El audio o la conexión es terriblemente malo? Cancela esa clase, busca unos cascos o un cable de internet, que tu alumno haga lo mismo y recuperáis la clase en otro instante porque no tiene sentido cobrarle a nadie una clase de la que ni siquiera va a poder entender lo que ve u oye si la causa es que ni se ve, ni se oye.

 

     Lo que está claro es que hacer las cosas peor no es una opción y menos ahora que la ayuda para los alumnos puede ser más crítica que nunca.

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Mi percepción de la orientación: ¿presencial u online?

Mi percepción de la orientación: ¿presencial u online?

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Profesor particular David
PUBLICADO EL 01 DE JULIO DE 2020 POR DAVID / Etiquetas:

     Normalmente, cuando alguien me ha pedido que le dé clases particulares (a ellos mismos o a sus hijos e hijas) he hecho una primera sesión a modo de entrevista; en el caso de los menores, me entrevisto tanto con los padres como con el alumno o alumna a parte dado que los intereses no suelen coincidir tanto como se podría esperar y me parece crucial tenerlo en cuenta. En la plataforma eso sería más complicado pues imagino que, de por sí y por precaución con la situación actual, habrá una mayor demanda de clases online que presenciales. La alternativa al método clásico de entrevistarse es ponerse en contacto antes de la primera sesión mediante una llamada, eso no es lo complicado -además, voy a suponer que el alumno no es un adulto que pide la clase por voluntad propia porque ese caso difícilmente va a ser complicado-.

 

     Pese a que entiendo y comprendo que la situación actual incita al modo online, debo poner de manifiesto que es el modo presencial del que se saca más provecho (sobre todo cuando la intención es ''que el niño / la niña apruebe''). La interacción con el alumno da mucha información sobre cuánto está entendiendo lo que se explica, cuánto le cuesta ponerlo en práctica, qué ideas se le ocurren antes de dar con la opción correcta y un largo etcétera (muy largo, de verdad).

 

     Si bien lo anterior puede sonar desalentador (más en una plataforma online), hay un método de explotar el modo online a favor: la clase orgánica. La clase que no está estructurada, la clase que no pretende abarcar un temario ni aprobar un examen, el auténtico modo de afianzar una mejor base a corto plazo. Que sea el propio alumno quien pregunte cosas concretas que permitan divagar a otras, dudas que puedan resultar interesantes o desconcertantes, o simples detalles en los que uno no ha caído, cosas que a un alumno en clase no le dejan preguntar -independientemente de que la pregunta tenga todo el sentido del mundo o no- porque le resta tiempo al profesor y su temario. Es ésto lo que a alguien con interés le ayuda a mantener la llama viva (que no es exactamente lo que suelen buscar los padres, todo sea dicho).

 

     Pero, ¿y si no queda más remedio que dar una clase tradicional online? Bueno, haber sido tan fatalista no ayuda, pero claro que se puede. Lo peor que puede pasar es que o bien al profesor le lleve más tiempo preparar el mismo temario o que el profesor acabe desparticularizando el material y acabe haciendo uno más genérico; pero es que no tiene por qué pasar. La materia influye muchísimo como es obvio y yo me remito a las mías, las de ciencias: la clave está en encontrar un equilibrio entre lo cómodo y lo técnico, y cada uno encontrará un equilibrio mejor o peor dependiendo de sus costumbres y las de sus alumnos.

 

     Por ejemplo, si tu cámara es mala no pretendas enfocarle a nadie un folio por la cam acompañado de tu propio tembleque cafetero; en su lugar busca apps de escritura táctil si tienes una tablet o ve mandando fotos tomadas con el móvil. ¿Suena cutre o poco concreto? Quizá, pero desde luego va a ser mejor que la propuesta original. ¿Pierdes con eso mucho tiempo? Plantéate la opción de rebajar el precio un poco (y de paso arrimar el hombro con las familias, que también lo estarán pasando mal), dar más tiempo por el mismo precio o hacer menos cantidad de ejercicios en la clase y dejar más para que el alumno los desarrolle y te los mande. ¿El audio o la conexión es terriblemente malo? Cancela esa clase, busca unos cascos o un cable de internet, que tu alumno haga lo mismo y recuperáis la clase en otro instante porque no tiene sentido cobrarle a nadie una clase de la que ni siquiera va a poder entender lo que ve u oye si la causa es que ni se ve, ni se oye.

 

     Lo que está claro es que hacer las cosas peor no es una opción y menos ahora que la ayuda para los alumnos puede ser más crítica que nunca.

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