Inicialmente, el estudio de lo que ocurría en el mundo hacía parte de la filosofía. Le dimos tal nombre a ese ejercicio incansable que hacemos los seres humanos, a ese cuestionarlo todo, a ese tener dudas profundas que van más allá del instinto y la supervivencia. Con el paso de los siglos se empezó a profundizar en las cuestiones químicas, físicas y las ciencias de la vida, todo junto, frecuentemente relacionadas con el arte. Debemos entonces entender que todas estas disciplinas tienen un origen común: la observación.
La observación es un acto fundamental de nuestra especie, lo hacemos como los animales, para sobrevivir. Es lo que nutre nuestra experiencia, pero a diferencia de los animales (hasta donde sabemos) tenemos una capacidad infinita y profunda, la de la imaginación. Y son estos, los saltos de imaginación, lo que nos hace seres creativos. La física es una de nuestras tantas creaciones. Sin embargo, la separamos de las artes y muchas otras actividades creativas. La diferencia es muy sencilla; las ciencias necesitan pruebas ¿cómo se obtienen? De la experimentación ¿y cómo se comprueban?... no se puede y eso es lo fascinante.
Para resolver esto hemos creado algo llamado teorías, que sirven para explicar lo observado en la naturaleza. A lo largo de la historia, las teorías han nacido y han muerto, otras han crecido, otras se han simplificado y otras complicado. Se llaman “teorías” y no “certezas” por un motivo, es porque las creamos nosotros mismos, son falibles, o más bien, no se pueden comprobar de forma absoluta, van y vienen, son susceptibles de mejora, lo cual es una maravilla. Esto hace a la ciencia infinita y retadora como es.
Los libros de ciencia están llenos de teorías, meticulosamente entretejidas entre ellas. Todas ellas son el producto de siglos de constante experimentación. Estos experimentos son recreaciones controladas de nuevamente, la observación. Validamos una teoría cuando los datos de sus experimentos concuerdan (una y otra vez) con lo observado en la naturaleza. Nos otorga entonces esa teoría una percepción del mundo que podemos explicar. Cuando cambia la teoría, cambia nuestra percepción.
La física es entonces, una actividad creativa pero científica, en la que creamos modelos y describimos leyes que nos ayudan a entender un conjunto de fenómenos. Observamos, medimos, experimentamos, ajustamos y repetimos. Al ser una actividad humana, conocemos las limitaciones de nuestros resultados, pero como científicos debemos trabajar como si nuestras teorías y cálculos fueran innegables. Lo realmente estupendo es saber que no lo son, así que nos entregamos a la rigurosidad y al método, conscientes de la posibilidad de que cambie la validez de nuestro trabajo. Es la fe de la incertidumbre lo que hace a una disciplina una ciencia.
">“¡Claro!” diría cualquiera con conocimientos básicos. Pero ¿Qué significa esto? ¿Qué es una ciencia y qué no lo es?
Inicialmente, el estudio de lo que ocurría en el mundo hacía parte de la filosofía. Le dimos tal nombre a ese ejercicio incansable que hacemos los seres humanos, a ese cuestionarlo todo, a ese tener dudas profundas que van más allá del instinto y la supervivencia. Con el paso de los siglos se empezó a profundizar en las cuestiones químicas, físicas y las ciencias de la vida, todo junto, frecuentemente relacionadas con el arte. Debemos entonces entender que todas estas disciplinas tienen un origen común: la observación.
La observación es un acto fundamental de nuestra especie, lo hacemos como los animales, para sobrevivir. Es lo que nutre nuestra experiencia, pero a diferencia de los animales (hasta donde sabemos) tenemos una capacidad infinita y profunda, la de la imaginación. Y son estos, los saltos de imaginación, lo que nos hace seres creativos. La física es una de nuestras tantas creaciones. Sin embargo, la separamos de las artes y muchas otras actividades creativas. La diferencia es muy sencilla; las ciencias necesitan pruebas ¿cómo se obtienen? De la experimentación ¿y cómo se comprueban?... no se puede y eso es lo fascinante.
Para resolver esto hemos creado algo llamado teorías, que sirven para explicar lo observado en la naturaleza. A lo largo de la historia, las teorías han nacido y han muerto, otras han crecido, otras se han simplificado y otras complicado. Se llaman “teorías” y no “certezas” por un motivo, es porque las creamos nosotros mismos, son falibles, o más bien, no se pueden comprobar de forma absoluta, van y vienen, son susceptibles de mejora, lo cual es una maravilla. Esto hace a la ciencia infinita y retadora como es.
Los libros de ciencia están llenos de teorías, meticulosamente entretejidas entre ellas. Todas ellas son el producto de siglos de constante experimentación. Estos experimentos son recreaciones controladas de nuevamente, la observación. Validamos una teoría cuando los datos de sus experimentos concuerdan (una y otra vez) con lo observado en la naturaleza. Nos otorga entonces esa teoría una percepción del mundo que podemos explicar. Cuando cambia la teoría, cambia nuestra percepción.
La física es entonces, una actividad creativa pero científica, en la que creamos modelos y describimos leyes que nos ayudan a entender un conjunto de fenómenos. Observamos, medimos, experimentamos, ajustamos y repetimos. Al ser una actividad humana, conocemos las limitaciones de nuestros resultados, pero como científicos debemos trabajar como si nuestras teorías y cálculos fueran innegables. Lo realmente estupendo es saber que no lo son, así que nos entregamos a la rigurosidad y al método, conscientes de la posibilidad de que cambie la validez de nuestro trabajo. Es la fe de la incertidumbre lo que hace a una disciplina una ciencia.
155 visualizaciones